Por Natalia Tieso Magister en Educación, Directora de Maple Bear LATAM
En muchos establecimientos educativos, existen niños y jóvenes que no alcanzan su potencial académico, se sienten frustrados, nerviosos o cansados, son incapaces de concentrarse en sus estudios y pierden interés en ir a la escuela ya que están atravesando distintas formas de violencia escolar y bullying en sus vidas. [1]
Mientras muchos alumnos disfrutan de su derecho a recibir enseñanza en un entorno seguro y estimulante, hay una gran cantidad de alumnos para quienes la escolarización no garantiza tal oportunidad. Estos niños y jóvenes están expuestos al acoso, a peleas en el patio del colegio y en la actualidad se transforman en víctimas de nuevas manifestaciones de violencia, en particular el fenómeno del cyberbullying (ciberacoso) a través de los teléfonos móviles, sitios web y redes sociales.
La violencia que se vive en algunos colegios abarca la violencia física, la violencia psicológica, incluidos los abusos verbales; la violencia sexual, incluidas la violación y el acoso; y el acoso escolar, incluido el ciberacoso. El acoso (bullying), que es un tipo de violencia, es un patrón de comportamiento más que un hecho aislado, y tiene un impacto adverso en la víctima, el acosador y los espectadores. El acoso se ha definido como «un comportamiento no deseado, comportamiento agresivo no deseado entre niños en edad escolar que implica un desequilibrio de poder real o percibido. El comportamiento se repite, o tiene el potencial de repetirse, a lo largo del tiempo».[2]
El acoso y el ciberacoso son una preocupación clave para niños y adolescentes y adultos, y entre las causas subyacentes de la violencia escolar y el acoso figuran las normas sociales y de género y los factores contextuales y estructurales más amplios.
El impacto educativo en las víctimas de la violencia y el acoso escolar también es significativo. La victimización por parte de profesores o compañeros puede hacer que los niños y adolescentes acosados, y los espectadores, tengan miedo de ir a la escuela e interferir en su capacidad para concentrarse en clase o participar en actividades escolares. Pueden faltar a clase, evitar las actividades escolares o abandonar los estudios. Esto, a su vez, tiene repercusiones en el rendimiento académico y en las perspectivas futuras de educación y empleo.
Asimismo, el clima escolar en su conjunto se ve afectado por la violencia y el acoso. Los entornos de aprendizaje inseguros crean un clima de miedo e inseguridad y la percepción de que los educadores no controlan ni se preocupan por el bienestar de los alumnos, y consecuentemente, esto reduce la calidad de la educación para todos los estudiantes.
¿Qué pueden hacer los colegios para prevenir esta situación y responder ante la violencia y el acoso escolar?
Las pruebas disponibles muestran que las respuestas eficaces son aquellas que adoptan un enfoque integral e incluyen intervenciones escolares para prevenir y abordar la violencia escolar y el acoso, y logran reducir la violencia escolar y el acoso. Basándose en la experiencia y en las buenas prácticas, las respuestas integrales abarcan:
· un entorno escolar seguro e integrador; el desarrollo de conocimientos, actitudes y aptitudes; implementación de programas escolares específicos;
· promulgación y aplicación de leyes y políticas nacionales, y políticas y códigos de conducta escolares con el compromiso de crear entornos de aprendizaje seguros, inclusivos y de apoyo para todos los estudiantes;
· formación y apoyo a los profesores y demás personal escolar en formas de estrategias desde la Disciplina Positiva junto a la provisión y entrega de planes de estudio y materiales didácticos pertinentes;
· la participación activa de niños y adolescentes en el acceso a mecanismos de denuncia y servicios de apoyo seguros, confidenciales y adaptados a los alumnos;
· intervenciones centradas en transformar la cultura de las escuelas, con la adopción de una postura firme contra la violencia y apoyo a los profesores para que utilicen formas alternativas de disciplinar a los niños y de gestionar el aula, han demostrado ser especialmente eficaces.
A modo de sugerencias, compartimos las siguientes estrategias desde la Disciplina Positiva para que educadores y familias puedan prevenir y resolver conflictos, generando un clima de amor y respeto mutuo en el hogar y en los colegios, a través de la creación de vínculos que desarrollan la autodisciplina, la responsabilidad y la cooperación entre las personas[3]:
1. Utilizar el estímulo para ayudar a los niños a sentirse «que pertenecen», para eliminar el mal comportamiento y alimentar la motivación de los logros. Celebrar cada paso en la dirección de la mejora en lugar de centrarte en los errores.
2. Una gran manera de ayudar a los niños a sentirse animados es pasar tiempo «estando con ellos». Muchos profesores han notado un cambio drástico en un «niño problemático» después de pasar tiempo con ellos, conversando sobre sus intereses personales, por ejemplo.
3. Al terminar el día y poner en la cama a los hijos, hay que pedir que compartan su «momento más triste» y su «momento más feliz» del día. A continuación, compartir con ellos sus momentos destacados.
4. Organizar reuniones familiares o asambleas de clase para resolver problemas que hayan ocurrido en el aula, en el receso escolar o en su hogar, modelando la cooperación y respeto mutuo. Esta es la clave para crear un ambiente de cariño y respeto, a la vez que se ayuda a los niños a desarrollar la autodisciplina, la responsabilidad, la cooperación y la resolución de problemas.
5. Dedicar tiempo a la formación. Asegurarse de que los niños entiendan perfectamente lo que significa «limpiar la cocina» o “acomodar los útiles en su lugar”, por ejemplo. Para ellos, puede significar simplemente poner los platos en la lavadora o dejar los libros en las mesas. Las familias y profesores pueden preguntar «¿Qué entiendes sobre qué es lo que se espera de ti?».
6. Utilizar el “Tiempo Fuera Positivo” (positive time out). Permitir que los alumnos ayuden a diseñar una zona agradable (con cojines, libros, música, animales de peluche) que les ayude a sentirse mejor. Hay que recordar que los niños rinden más cuando se sienten mejor. Luego podemos preguntar a los alumnos, cuando estén disgustados: “¿Crees que te ayudaría tomarte un tiempo fuera positivo?».
7. Ante un conflicto, enseñar a los niños a utilizar períodos de reflexión (cooling off periods). Los padres (o los niños) pueden ir a una habitación separada y hacer algo para sentirse mejor y luego trabajar en el problema con respeto mutuo.
8. Enseñar a los alumnos que los errores son magníficas oportunidades para aprender. Podemos utilizar la regla de las “3 Rs”:
a. Reconocer el error
b. Reconciliarse: estar dispuesto a decir «lo siento, no me gustó cómo lo hice o lo que hice».
c. Resolver: centrarse “en las soluciones” en lugar de “en la culpa” (el punto c sólo es efectivo si primero se realizan los puntos a y b).
Por supuesto, no existe una receta mágica para prevenir la violencia escolar y el acoso, pero creemos que la disciplina positiva permite entender el comportamiento de los niños y guiarlos en su crecimiento de forma positiva, afectiva, respetuosa y firme al mismo tiempo, tanto en el ámbito familiar como escolar. Es nuestro compromiso como educadores crear entornos de aprendizaje seguros e integradores para que todos los niños y adolescentes tengan acceso a una educación de calidad mientras desarrollan su carácter de forma plena y segura.
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